LA ÚLTIMA NOCHE
Antes no era así, Miguelito, vivíamos en ciudades llenas de torres altísimas y casas inmensas. Era peor que vivir en un hormiguero, seguro que sí, pero al menos estábamos seguros. Yo no sé tú, Miguelito, pero yo no me siento a salvo aquí, esta piel no cubre mis pies del frío y cada noche siento más cerca su aliento. Ya viene por nosotros, Miguelito, seguro que esta vez no la vamos a librar. No me mires así, quién sabe, igual y a ti no te haga nada, te pareces tanto a él, tiene esos mismos ojos y esa misma cara, aunque él es mucho más grande y no es bueno como tú.
- ¿Quieres que te cuente como paso todo,
verdad Miguelito?
- …..
- Ya sé, ya te lo he contado muchas veces,
pero si te lo cuento de nuevo, la noche no se nos hará tan larga.
Fue hace mucho, Miguelito, en tiempos de los abuelos. Ellos dividían sus
días en horas, minutos y segundos, no como yo, que sólo me guío por la luz del
sol y el fulgor de las estrellas. Ellos tenían cosas, vehículos creo que los
llamaban, que los podían transportar rapidísimo de un lugar a otro, podían
volar e incluso llegar hasta la luna. Pero no eran felices, Miguelito, se
odiaban los unos a los otros y entonces vino la gran guerra. Por supuesto que
no era la primera, había habido muchas otras antes, pero ninguna como esa.
Las ciudades, esas grandes y hermosas ciudades de las que te he hablado
tanto, fueron destruidas, una por una, Miguelito, y no quedó nada de ellas, ni
siquiera un solo edificio que nos permitiera recordar tiempos mejores.
- ¿Qué fue eso? ¿Es él, verdad?
- …..
- Sólo es el viento, parece.
Como te iba diciendo, Miguelito, una vez que la gran guerra terminó,
sólo quedaba vivo uno de cada cinco hombres de los que antes había, fue
entonces que se formó un Consejo de Eminencias. Ellos determinaron que era
tiempo de que las naciones dejaran de existir y que desde ese día viviéramos en
pequeñas aldeas de no más de mil habitantes, muy separadas unas de otras, para
evitar que nuevas guerras pusieran en riesgo a nuestro planeta y a nuestra
especie.
Por un tiempo, funcionó muy bien, Miguelito, todos trabajaban igual y
disfrutaban de las mismas cosas, pero un día todo cambió. Alguien se puso a
comparar el trabajo que hacía con el de su vecino y le pareció que éste se
esforzaba menos y que eso no era justo. Comenzó a haber inconformes, no sólo en
esa aldea, sino en muchas, quizás en todas las del mundo. Volvieron las
guerras, Miguelito, y pronto ya casi no quedaba gente.
Para evitar nuevas confrontaciones, el Consejo decidió que los
sobrevivientes vivieran en clanes, muy alejados unos de otros, y que el más
anciano de cada clan fuera quien los dirigiera a todos. Y por un tiempo
funcionó, Miguelito, todos aceptaron el liderazgo del más viejo, porque era
quien tenía mayor experiencia y conocía mejor las trampas y los peligros que
podían asecharlos. Pero esta tranquilidad, Miguelito, no duró demasiado, y
alguien, un joven impetuoso, seguramente, pensó: “¿Por qué un anciano decrépito
va a mandarme a mí, que soy cinco veces más ágil y fuerte que él?”
Y así ocurrió, Miguelito, los miembros de los clanes comenzaron a
pelearse unos con otros y entonces, al cabo de unos cuantos años, no quedábamos
más que un puñado de hombres y mujeres, que, sin que mediara ningún Consejo,
pues éste, hacía ya muchos años que no existía, decidimos vivir en la más
completa soledad, saliendo al encuentro con los otros sólo en la primavera,
cuando ésta cubre los campos con flores y aromas que nos lanzan al amor.
Cuando yo era joven, estos contactos sucedían todos los años y los niños
nacían en suficiente número para asegurar la continuidad de nuestra especie,
Miguelito, pero poco a poco nos empezamos a ver menos, pues en los escasos
momentos en que hombres y mujeres nos encontrábamos, también nos empezábamos a
pelear, “que si yo la quiero a ella, que si ella quiere a otro”, el caso es que
siempre terminábamos enemistados.
- …..
- Ojalá pudiera entenderte, Miguelito, pero
no puedo, tu voz me resulta demasiado extraña. Quizás algún día yo llegue a
comprender tu idioma y entonces nos pasaremos las noches conversando, y no te
aburriré con mis historias viejas.
- …..
- Hace mucho tiempo que no veo a otro como
yo, Miguelito, tanto, que a veces pienso que soy el último hombre sobre la faz
de la tierra.
- …..
- ¿Qué pasa Miguelito, por qué te pones así?
- …..
- Es él, ¿verdad?
- …..
- Sí, allí está, puedo ver sus horribles ojos
brillando en la oscuridad.
- …..
- Se está acercando, pronto pondrá sus
afilados colmillos sobre mi cuerpo y mañana seré el postre de las aves que
gustan de comer carne podrida.
- …..
- Corre, Miguelito, no dejes que te atrape,
yo tomaré un tronco o una piedra y trataré de defenderme, pero, por lo que más
quieras, vete de aquí. No quiero que te pase nada.
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