POR UNA GOTA DE SOL


Por Itandehui Cruz
Te dijeron que ahí, justo en el centro del laberinto de hielo, era donde estarías más cerca de alcanzar el sol de nuevo. Y sin cuestionártelo demasiado, fuiste.
       La temporada de oscuridad había durado demasiado, te urgían los rayos templados de luz, que resbalaran sobre tu cuerpo como canciones líquidas. Por eso te fuiste, casi corriendo, bajo una luna que no alumbraba lo suficiente.
    Tropezaste mil veces, no te importó, corriste tanto que casi olvidaste tu nombre, conseguirías uno nuevo bajo el sol. Más de una vez forcejeaste con el impulso de volver, pero más de una vez fuiste derrotado igual.
      Mientras más te acercabas a tu destino, el aire se volvía en finísimas agujas de hielo y tiritabas con cada respiración. Llegó un punto en el que ya no supiste si el temblor se debía al frío o al cansancio.
      Había laberintos de hielo en medio de las montañas, eso era lo que te habían dicho, eso ibas persiguiendo. Te acercaste y la luna decidió iluminarte el paisaje. Hubieras preferido no ver nada. Las paredes de hielo se elevaban sobre tu cabeza, estirándose prácticamente hasta tocar el cielo. Bajo tus pies, la nieve titilaba como si estuviera hecha de estrellas.
     Dudaste, pero no diste la vuelta, entraste como si nunca hubieras tenido miedo. Las paredes goteaban, en cada recodo te sobresaltabas ante el medio reflejo distorsionado de tu silueta, pero seguiste adelante.
      Antes de llegar al centro miraste con atención las paredes de hielo, cada vez goteaban más. Te fijaste bien y te diste cuenta, lo que habías tomado por gotas en realidad eran fragmentos de hielo en forma de mariposa, casi parecía que intentaban volar. Curioso, piensas, mariposas de cristal que resbalan en las paredes.
     Llegaste al centro del laberinto y te diste cuenta de dos cosas: sí, justo ahí, aunque pudieras ver que fuera seguía reinando la luna, se siente la caricia del sol. Y también, en tu prisa por llegar no averiguaste el precio que tendrías que pagar.
      Parpadeas un par de veces, el laberinto crece, o tú te haces pequeño, diminuto, casi una mota de polvo. Olvidas de dónde llegaste y te aferras a alcanzar el sol, que se te escapa entre las paredes de hielo que tratas de escalar.

    No hay mariposas que sobrevivan en el hielo y sin embargo aquí estas, aleteando, persiguiendo los rayos del sol para alimentar tus alas traslucidas, igual que miles a tu lado. Fuera del laberinto, la luna sigue brillando sin descanso.

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