EL ADIOS CONTENIDO EN UN ABRAZO




Cuando a la hora de cenar Gabriel preguntó si su novia podía venir con nosotros a Acapulco, mi reacción fue de sorpresa. Estábamos acostumbrados a salir de vacaciones en familia, solos, sin extraños que se inmiscuyeran en nuestras actividades y formas de ser. Además, apenas conocía a Vanessa y con ese conocimiento superficial tenía bastante. Me parecía una tipa enojona, aburrida y sosa, por ello, no pude evitar hacer una mueca de desagrado cuando mis papás accedieron a la petición de mi hermano mayor.

   Mi relación con Gabriel era extraña, en la escuela apenas si nos hablábamos, él tenía sus amigos, sus admiradoras y yo, sólo buscaba en los recreos un rincón para no ser molestado mientras me comía el sándwich de crema de cacahuate que diariamente nos enviaba mi mamá a mi hermano y a mí. Por otro lado, cuando estábamos los dos a solas, ya sea en los viajes, en los paseos familiares o en las idas al parque o al cine, la pasábamos muy bien, jugando al futbol, riéndonos de cualquier tontería o platicando de comics que a ambos nos gustaban.

    El viaje inició una fresca mañana de lunes. Teníamos pensado salir a las siete de la mañana, pero eran ya casi las ocho y no salíamos porque ni Gabriel ni su novia llegaban. Yo estaba muy enojado, pues estábamos perdiendo valiosos minutos de sol y playa, mientras tanto, mi mamá le insistía a mi papá que les marcara, pues estaba preocupada de que algún percance fuera el culpable de su retraso.

   A eso de las ocho y media llegaron, muy sonrientes. Nada malo les había ocurrido en el camino, todo era culpa de que a última hora, Vanessa no se decidía que ropa y que traje de baño iba a llevar al viaje.

   Las más de cuatro horas que duró el trayecto fueron de un tedio espantoso. Sí de por sí, es complicado buscar una posición cómoda para dormirse cuando en la parte trasera del carro sólo vamos mi hermano y yo, con la presencia de Vanessa entre ambos, me resultó completamente imposible.

    Llegamos al hotel y, pensé que de inmediato, iríamos a la playa, como de costumbre, pero, para infortunio mío, resultó que el traje de baño de Vanessa no le ajustaba bien y que debíamos ir antes a un centro comercial a comprarle uno nuevo.

   Avanzaba el día y no había estado en el agua ni cinco minutos, una desesperación y un mal humor inmensos se habían de mí. Pronto llegó la hora de comer y todos, hambrientos como estaban –no habíamos comido nada desde casi el amanecer-, prefirieron ir por unas hamburguesas que meterse a nadar. Por si fuera poco, durante la comida, Gabriel hizo algunos comentarios graciosos a mi costa, lo que me irritaba más y más.

    Regresamos al hotel y, mientras mis papás se echaban una siesta y mi hermano y su novia iban a dar un paseo por la playa, yo me dirigí a la alberca y al fin, al menos hasta la hora que esta cerró, a las 9 PM, pude disfrutar del agua. Ya más relajado y contento por haber nadado aunque fuera un poco, me senté en mi cama y me puse a leer. Estaba yo muy metido en el macabro relato de un reino asolado por una horrible enfermedad que hacía a sus víctimas sudar sangre, cuando Vanessa asomó su cabeza rodeada de largos y ondulados cabellos negros.

-       ¿Qué estás leyendo?

-       Mmmm… las Narraciones Extraordinarias de Edgar Allan Poe.

-       Me encantan, sobre todo ese de “La Máscara de la Muerte Roja”.

-       Justo ese es el que estoy leyendo.

-       Disfrútalo mucho.- dijo Vanessa y enseguida abandonó mi cuarto, lista para salir con mi hermano a dar un paseo por La Costera.

Algo que no entendí entonces interrumpió mi concentración largos instantes. Cuando retome el libro, ya no tenía otro deseo que dormir.



    El siguiente día transcurrió mejor que el anterior, apenas una hora después de desayunar -molletes y café- , mi hermano, Vanessa y yo estábamos ya saltando las olas, mientras mis papás descansaban del trabajo y de la casa al abrigo de unas sombreadas palapas con techo de palma.

-       Esa ola que viene está inmensa.- dijo Vanessa un poco asustada.

-       El que no la salte, pamba.- contestó mi hermano y los tres nos preparamos para brincarla.

Pero la fuerza de la ola, era muy superior a la nuestra y a los tres nos arrastró hasta la arena de la playa.

   Maltrechos por la revolcada, decidimos salir un rato del mar y beber los cocos fríos que nos esperaban bajo la sombra de unas palmeras.

   Estaba mirando a las gaviotas que revoloteaban alegres sobre el cielo, cuando noté que se acercaba un grupo a nosotros. Al reconocer entre ellos a Funes y a Zambrano, viejos amigos de mi hermano, decidí huir.

    Iba tranquilamente caminando por la playa, cuando sentí que me seguían. Temeroso de que fuera alguno de los gandallas de la escuela, voltee asustado.

-       Ey, sólo soy yo –dijo Vanessa-. ¿Te molesta que camine contigo?

-       Pensé que eras alguien más, por eso reaccioné así.

-       A mí tampoco me caen bien esos imbéciles, si supieras cuanto cambia tu hermano cuando está con ellos.

-       Lo sé muy bien.

    Seguimos caminando hasta que apareció ante nosotros una muralla de rocas. Di media vuelta. Vanessa las comenzó a escalar.

-       ¿Vienes conmigo o te da miedo?

    La superficie de las rocas era áspera y resbaladiza, pero nada que no pudiera enfrentar. Una vez que terminé de cruzarlas, llegué a una pequeña caleta rodeada de piedras. Unos metros adelante, con los pies sumergidos en el agua y sus negros rizos ondeando en al viento, me esperaba Vanessa.

     - Ven a ver esto.

Ella me tomó de la mano y me llevó hasta una roca en cuya superficie se apreciaban unos largos y delgados tallos de color verdoso, los cuales terminaban en algo similar a una uña.

-       ¿Sabes qué son?

-       Me acerqué a observarlos con mayor detenimiento.

-       Mmm… creo que son percebes.

-       ¿Cómo?

-       Percebes.

-       Nunca había escuchado esa palabra.

    En aquel momento, miré a Vanessa, ella, a su vez clavó sus inmensos ojos castaños en los míos. Una dulce agitación cubrió mi cuerpo al sentir tan cerca la frescura de su aliento.

    Entonces, escuchamos unos pasos sobre las rocas y al instante nos alejamos uno del otro.

-       ¿Qué onda, que hacen aquí?- dijo Gabriel.

-       Nada…, bueno viendo los percifes.

-       Se llaman percebes.- corregí.

-       Como sea.

-       ¿Y eso qué es?

-       Ven, acércate para que los veas.

-       Ya vénganse, la plática está muy buena.

   Lleno de confusión y sensaciones contradictorias, seguí a mi hermano y a su novia hasta las palapas.

    Pensé que lo peor ya había pasado cuando los gandallas se despidieron de mi hermano para seguir su borrachera en otra parte, sin embargo no era sí, pues pronto recibí la noticia de que Funes nos había invitado a los tres a su casa de playa y que pasaríamos la tarde ahí.

   Confiado de que a mis papás no les agradaría la idea, pues yo todavía era menor de edad, les dije que era mejor que Gabriel y su novia fueran solos, que a mí no me molestaba para nada pasar la tarde en la alberca del hotel.

-       Ve con ellos, para que socialices un poco.- dijo mi papá.

-       Anda, no te va a hacer ningún mal. Además, en caso de cualquier problema, tienes a tu hermano ahí.- complementó mi mamá.


Funes, acompañado de Zambrano, pasó por nosotros al hotel en su carro último modelo. Durante todo el camino -su casa se encontraba en la zona de Acapulco Diamante y nosotros estábamos en la bahía- ese par de imbéciles se la pasó haciendo bromas a mis costillas y poniéndome apodos ridículos: “enano”, “mongolito”, “autista” etc…

   Llegado un momento, Vanessa, al tiempo que ponía su mano sobre mi pierna, les dijo:

-       Ya déjenlo en paz. ¿Para qué lo invitaron? ¿Nada más para hacerle la vida imposible?

    Mi hermano no abría la boca, temeroso de que decir cualquier cosa en mi defensa pudiera afectar la estimación de sus “maravillosos” amigos.

    Afortunadamente, en la casa de Funes había una alberca y en cuanto pude me sumergí en ella para escapar de la horda de borrachos que abarrotaba la propiedad. De cuando en cuando, observaba a mi hermano, quien hacía todo lo posible por igualar en embriaguez e imbecilidad a aquellos que lo rodeaban. Vanessa permanecía a su lado, a cada instante más impaciente por alejarse de ahí.

    Después de que dos chicas de pequeños bikinis y largo cabello rubio se acercaron a Gabriel para suplicarle que se echara un caballito de tequila con ellas, Vanessa se alejó de mi hermano y, de una zambullida majestuosa, se arrojó a la alberca.

-       ¡Wow! ¿Dónde aprendiste a nadar así?

-       Mi papá me enseñó, él es buzo profesional.

-       Qué increíble debe ser eso.

-       ¿Nos echamos unas carreritas?

    Vanessa y yo pasamos la tarde echando competencias, mientras el resto de los invitados seguía emborrachándose, fumando y haciendo gala de su soberbia y estupidez.

    El sol ya estaba a punto de hundirse en el mar, cuando Vanessa, cansada por el esfuerzo de tantas carreras me anunció que saldría de la alberca para buscar a mi hermano. La luz crepuscular le daba a su piel cobriza un tono dorado, las gotas que se derramaban sobre su cara y sus hombros la hacían parecer una sirena.

-       No te vayas.- le dije al tiempo que sujetaba su mano.

-       ¿Qué tienes, no te sientes bien?

-       No es eso…, es qué…

-       ¿Qué?

    Sin esperar más, la besé en la boca.

-       ¿Qué haces?

-       Lo siento Vanessa…., yo….

-       Soy la novia de tu hermano.

    Antes de que pudiera decirle algo más, ella abandonó la alberca y se dirigió a donde estaba Gabriel, el cual, completamente borracho al igual que sus compinches, no se había percatado de nada de lo sucedido.

   Estuvimos una hora o más ahí, hasta que la insistencia de Vanessa obligó a mi hermano a pedir un taxi. Durante todo el camino de regreso, mientras Gabriel dormía, Vanessa y yo permanecimos en silencio, sin que una sola palabra o gesto pudiera romper la helada muralla que se había creado entre los dos.


El beso arrancado y el rechazo de Vanessa me impidieron cerrar los ojos en toda la noche. Por la mañana bajé a desayunar, ojeroso y desmejorado, tanto que mi mamá creyó que yo me había alcoholizado también el día anterior.

-       Hasta el tufo me llega.- dijo mi madre, a pesar de que mi inocencia era completa.

   Después de desayunar, iniciamos el regreso a casa, esta vez, Vanessa no iba a mi lado. A pedido expreso de ella, se sentaría en la ventana, así que mi hermano se interpondría entre nosotros dos. El silencio fue tan notorio que, en el momento en que nos disponíamos a cruzar el colosal puente sobre el río Mezcala, mi hermano preguntó: “¿Por qué tan callados?, pensé que ya se llevaban bien.”

-       Estamos cansados de tanto ajetreo.- contestó Vanessa escuetamente.

-       Sí, así es.

    Llegamos a casa de Vanessa poco después de las tres. Mi hermano y mi papá la ayudaron a descargar sus cosas. Era el fin.

    Pensé que lo mejor sería despedirme de ella sólo con un ademán, pero Vanessa me tomó en sus brazos y me abrazó, me abrazó cómo nunca antes lo había hecho nadie.

-       Espero que puedas entenderme, lo que sientes, lo que te hice sentir no debe crecer más.- me susurró al oído y enseguida posó sus labios en la comisura de los míos.

  Aún no salía de mi azoro, cuando Vanessa, después de darle un tronado beso en la boca a mi hermano, tomó sus maletas y, una vez que la reja de su edificio se abrió, corrió escaleras arriba, alejándose de mí.

Comentarios

Entradas populares