ALETEO DE SOMBRA


Por: Itandehui Cruz

No recuerdo cuando fue la última vez que pisé un camino que no fuera este, con la jaula oxidada bien asida entre mis dedos entumecidos y ese susurro de papel que provocan mis ropas con cada paso que doy. Las certezas que ahora tengo se reducen a lo siguiente: es imposible deshacerte de tu sombra y, no importa que tan determinado creas que eres, los caminos te eligen, nunca es de otra manera.
     En varias ocasiones los recorremos varias veces. Puede ser que nos obligue a ello la rutina, casi siempre es la falta de imaginación, aunada a lo que creamos que perseguimos. Mi propósito aquí era uno solo, deshacerme de mi sombra, esa mancha entintada en amaneceres que arrastramos allá por donde vamos. ¿Por qué? Toda sombra es un lastre y la mía lo es más.
     Comencé por deambular en todos los senderos, desde mi casa hasta el horizonte, una y otra vez, hasta que un día no pude volver más al punto de partida. Creo que fue entonces cuando tropecé con este camino. La jaula que siempre llevo, con este canario que más parece el aborto de una gallina, había perdido el brillo hace tiempo y me era imposible soltarla. El ave graznaba, como lo hace ahora, todo el tiempo.
     Si te fijas bien puedes ver que el camino está lleno de aristas y pedruscos. La primera vez que caminé sobre él me dije que lo había elegido para finalmente deshacerme de mis sombra, cada paso era una oportunidad para que quedara enganchada y hecha jirones. Eso es lo que yo pensaba todo el tiempo. Pero es sorprendente la resistencia que tienen las sombras, la mía al menos, por más que se azota entre las grietas del camino, no se deshace, ni se desprende nunca de mí.
     Los graznidos del canario me hablan acerca de caminos que han sido recorridos tantas veces que adquieren un peculiar sabor a deceso. A eso me sabe mi trayecto todos los días, a muerte y a laberintos. Mi sombra se ha arrastrado tanto en las briznas de hierba que ha hecho su propio camino, el cual cambia cada día sin que yo entienda como lo hace. Es de ese modo que la aparente línea recta de este andar se transforma en una espiral laberíntica que mastico cada atardecer como si fuera un caramelo de menta.
     Vine aquí para escapar de mi sombra, pero ha sido ella quien ha trazado este sendero del cual ya no puedo salir. El canario sigue cantando con esa voz ronca, tal vez es a él a quién debí haber dejado bajo mis pasos hace mucho tiempo, pero ya no puedo soltar la jaula y de todos modos, este camino me ha elegido para no soltarme.

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