UNA NOCHE EN LA SELVA
Por
Francisco Güemes Priego
Mis
papás, mi hermano y yo salimos muy temprano de Chetumal, capital del
estado de Quintana Roo con el propósito de llegar lo más pronto
posible a Calakmul, una de las ciudades más importantes de los
antiguos mayas, hoy Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad.
Recorremos
kilómetros y kilómetros de selva y nada. Finalmente, al medio día,
entramos a la reserva. Poco antes de llegar veo unas cabañitas
perdidas entre la vegetación. Se parecen a esos eco-hoteles que
salen en los programas de la sabana africana. Estaría padrísimo que
nos quedáramos a dormir ahí.
Las
pirámides de Calakmul son altísimas y como hay varias que todavía
están semi ocultas por la selva, te puedes imaginar con facilidad
que eres uno de aquellos primeros exploradores de las ruinas mayas,
como Lloyd Stephens, Catherwood o Le Plongeon. También hay unas
estelas impresionantes, donde se narran las hazañas de los antiguos
gobernantes de la ciudad. Por cierto, en su época de gloria, durante
los años 600-900, Calakmul tenía mucha rivalidad con Palenque,
reino del famoso Pakal.
Durante
nuestro recorrido, además de joyas arqueológicas, también podemos
ver varios de los animales que habitan esta región selvática: monos
saraguato, que asolan el silencio con sus profundos aullidos, y
escurridizos tepezcuintles, que corren frente a nosotros hasta
perderse tras unos matorrales muy espesos.
Entre
tantos caminos, selva y ruinas, nos perdemos. Una familia de turistas
alemanes está en nuestra misma situación. Casi una hora después,
ayudándonos unos a otros a encontrar la forma de salir de aquel
laberinto verde, al fin conseguimos llegar a la salida.
Se
está haciendo tarde y Chetumal está muy lejos, así que tendremos
que quedarnos en un hotel de por aquí. Después de buscar
inútilmente en varios sitios poco hospitalarios para la vida humana,
finalmente nos decidimos por las cabañitas que están a la entrada
de la reserva natural.
El
restaurante, pese a ser bastante rústico, tiene buen sazón; la
alberca aunque está muy fría, resulta un bálsamo para un día
lleno de calor y cansancio. Cuando comienza la caída del sol, las
chicharras hacen notar su presencia. Parecen unas moscas inmensas.
Conforme crece, su sonido se vuelve casi ensordecedor. Nunca había
estado en la selva, al menos no en una tan virgen, tan bien
preservada. Después de cenar, mi hermano y yo hacemos un recorrido
por el hotel. Hay toda clase de bichos extraños por aquí: colosales
polillas, horrendas chinches, espectaculares mantis religiosas,
descomunales insectos palo y lo más escalofriante de todo, un
escorpión con unas patas gigantescas, iguales a las de una araña
colosal. Mi hermano y yo acordamos no hablarles del monstruoso
arácnido a mis papás para no asustarlos.
Ya
que regresamos al cuarto, nos preparamos para dormir. Hay unas telas
que cuelgan de las camas, llamadas mosquiteros, que sirven para
protegernos de los insectos. Mi mamá, que es claustrofóbica, no
quiere usarlo. Apaga la luz. Al rato la escuchamos gritar. Prendemos
la lámpara. Hay otro de esos horribles escorpiones con patas de
araña en el cuarto, afortunadamente no picó a mi madre. Muy
asustado, mi papá habla a la gerencia. Un empleado despreocupado
saca en un bote de plástico al intruso. No le causa mayor sorpresa
aquel engendro. Mi mamá ya no duda y se cubre con el mosquitero.
Víctimas del miedo causado por las alimañas, mis papás no logran
dormir.
Apenas
comienza a salir el sol, mi hermano y yo decidimos dar otra vuelta
por el hotel para ver si vemos algún animal rondando por ahí. Los
árboles de alrededor están atestados de monos aulladores y poco
después cruza frente a nosotros un grupo de hocofaisanes, con sus
brillantes plumas negras y sus vistosos picos amarillos. Además
vemos un inmenso sapo que nada por la alberca con total
despreocupación. Ya que desayunamos, mis papás nos apresuran para
dejar ese hotel que les parece infernal.
Cuatro
horas después estamos todos sanos y salvos en un confortable hotel
del centro de Chetumal. Mis papás no quieren saber nada de bichos ni
selvas. Yo estoy feliz, nunca me había sentido en un contacto tan
cercano con la naturaleza. Una de las más maravillosas experiencias
de mi vida.
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