HOJAS VERDES
Por
Daniel H. Satori
Salí
de la facultad para comer algo y esperar la siguiente clase. Hacía
tiempo que mi obsesión por leer en todo momento y en cualquier lugar
había sesgado mis habilidades sociales, así que, decidí sentarme
en la banca más angosta que encontré para no compartirla con nadie.
Tomé de mi mochila una triste torta mientras escuchaba el oleaje del
aire en las ramas del árbol más cercano. Soportando las ganas de no
sacar mi celular para leer el último pdf que había descargado, no
advertí cuando se acercaba. Se sentó en la banca sin respetar mi
espacio personal. Sacó de su mochila una ensalada y comenzó a
comer. Tomó uno o dos bocados hasta que un fuerte viento hizo que
la ensalada que llevaba en su tenedor volara por el aire. Un poco de
manzana, naranja, semillas y algunas hojas verdes cayeron sobre mis
piernas. Me miró y ambos reímos. Sentí con intensidad sus ojos
negros alumbrando los míos. Me invitó de su ensalada, acepté con
pena y cierta torpeza. Le invité de mi torta, ¿de qué otra forma
podía corresponderle? La tomó entre sus dos manos y le dio una gran
mordida, después, me la dio para que yo le mordiera en el mismo
lugar donde ella lo había hecho. Rocé su piel y sentí una descarga
eléctrica en todo mi cuerpo. Probé su saliva en aquellos bocados
hasta que mi torta y la ensalada se terminaron. Quedamos en silencio.
Embelesados. Ella sacó un cigarro de su bolsa y comenzó a fumar. Me
miró de reojo y sonrió. Le indiqué que yo no fumaba. Sentí que
era una pena no saber fumar. Me odié en ese segundo. Miraba a mi alrededor y mientras me perdía en alguna elucubración sobre el
paisaje; se levantó de la banca, dándome la espalda, guardó sus
cosas y se marchó. Caminó hasta perderse por el paisaje que yo
había imaginado. Sin volver la vista atrás. Sin decirme siquiera un
adiós. No tuve el valor para levantarme y seguirla. Volví la vista
hacia la banca; ahora me parecía demasiado grande.
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