CHARLIE'S TEMPO






Por Daniel H Satori

La primera vez se paró frente a mí, encorvado y armado con un saxofón alto. Yo trabajaba en una librería al sur de la ciudad. Mi hora de salida invariablemente eran las diez de la noche. Aquella vez estaba lloviendo. Cuando salí, la larga avenida estaba oscura y desierta. Me apreté contra la pared y encendí un cigarrillo. La luz del cerillo me deslumbro. Escuché la voz de un hombre, la primera vez no le entendí, pero poco a poco, conforme me acostumbraba a la oscuridad, la cara de aquel hombre se hizo visible y clara. Bueno, lo más clara que se podía en esas circunstancias. Entonces comprendí que quería un tabaco. Yo con gusto le ofrecí uno. Él se acercó a la pared para cubrirse un poco de la lluvia. Observé que llevaba un estuche de saxofón, le hice alguna observación que le pareció graciosa y comenzamos a charlar. Al final, cuando la lluvia cesó, un fuerte viento nos hizo darnos cuenta que el frio nos entraba por los zapatos mojados, entonces me invitó un trago en un viejo bar,  así que nos fuimos a la gran manzana. Ya en el bar, él pidió dos whiskys; uno para cada quién. En el escenario alguien tocaba. Era un jazz suave, oscuro y preciso. Alguien dijo que se trataba del Kind of Blue. Charlie dejó el vaso sobre la mesa y comenzó a hablar. -Yo también quise ser músico- me dijo. -Pero en verdad es una miseria, buscar eso es una miseria, viejo, lo sabes. A mí me han pateado de todos lados, por eso es una miseria ¿entiendes? Buscar eso es una miseria, pero, vivir lejos de uno es un infierno. Mira este bar, yo venía a trabajar aquí de lavaplatos para escuchar a todos los jazzistas que venían, y por las mañanas me dedicaba a tocar. Yo jamás he tomado una maldita clase de música, la música se lleva aquí, sí, aquí, muy adentro-. Me miró y continuo hablando- ¿Que significa la música?… para mí… para mí… es la expiación por estar vivo, por andar en este mundo. Entonces se recargo en su silla y comenzó a fumar. Yo me tomé la libertad de pedir otros dos whiskies más, pero ahora dobles, por favor.

A la siguiente noche fui al concierto que dio Charlie. El lugar era pequeño, un simple rectángulo oscuro. De las pocas luces del pequeño escenario se iluminaba todo el lugar. Conforme el concierto avanzaba el calor subía. No había ventilación. La humedad comenzaba a impregnarse en las paredes. Y la banda lanzaba sus acompasados matices como oleajes profundos y densos. Yo comenzaba a sentir mi cuerpo caliente. Los saltos salvajes de notas golpeaban mi cuerpo. La gente comenzaba a acercarse al escenario. Yo podía ver el sudor que escurría en el cuerpo de la mujer junto a mí. Y la música era el único paraíso alcanzable. Aquel sudor brillaba al resbalar por su frente. El lugar estaba cada vez más apretado. La música como respuesta. El sudor resbalaba  por mi espalda. El saxo sobre el tiempo. El sudor cayendo por sus brazos. La sinuosidad de aquellas notas. El calor de todos. La blusa pegada a su cuerpo. Lo imposible de aquella música. El sudor  en medio de sus pechos. Nosotros debajo de aquella música. Y los rostros de todas y todos. La música penetrándonos. Iluminados por el escenario. El aire caliente. El sudor en mis manos y sus caderas. La música delgada. Los cuerpos contra el cuerpo. La fuerza brutal de sus labios. La música gruesa.  El fin de mi cuerpo. La sensualidad del secreto. El comienzo del suyo. La música entre nosotros. El sudor en medio de sus nalgas. Nosotros la música. La gente tratando de tocar a Charlie. El silencio del cuerpo. Charlie tirado en el escenario. Misterioso. Aullando con su saxo. Tratando de expiar su existencia.

 Al terminar el concierto, la fiesta siguió en la casa de La Marquesa. Yo terminé inconsciente de tanto jazz. Sólo recuerdo haber despertado en el sillón, cargado con esa emoción de poseer algo nuevo. Charlie se acercó, se veía sereno y alegre, se despidió de mi con un fuerte abrazo -nos veremos después- dijo-. Esa noche viajaba a París.

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