EL HÉROE DE ARTEMISA
Alejandro Quirarte, o “Álex”
como le llamaban sus amigos estaba enamorado desde hacía seis meses de Artemisa, una linda joven a la que sin embargo,
sólo había visto una sola vez, en las fiestas de su ciudad, a donde ella acudió
en calidad de turista.
Una breve noche de ron y besos le bastaron a
Álex para que quedara prendado de Artemisa. Cuando la ninfa se fue, él la colmo
de llamadas que pocas veces ella se dignaba a contestar. Sin embargo, no se
desilusionaba, pues estaba seguro que sus sentimientos eran fielmente
correspondidos. Por las noches, soñaba con frecuencia que era un caballero
andante y que debía salvar a su amada de las crueles garras de un altivo
gigante o de un maligno dragón.
Cuando pasaron dos semanas sin ninguna
comunicación con Artemisa, el ánimo de Álex comenzó a decaer, pero una tarde
lluviosa, en que él estaba perdido en la lectura de un libro de aventuras
medievales, el teléfono sonó. Era la susodicha, y ¡lo estaba invitando a su
cumpleaños!
Álex tomó su camión lleno de confianza y
alegría, el viaje sería largo, pues el festejo se desarrollaría en una casa
situada a orillas de un lago a ocho horas de camino, pero no importaba, lo
fascinante que le resultaba el hecho de volver a ver a Artemisa, borraba la más
ardua dificultad.
Durante el viaje no cesaba de pensar en
la cara de su amada, en sus ondulados cabellos rubios, en sus ojos color
avellana y en esa risa tan frágil, tan encantadora.
Artemisa recibió a Álex con un abrazo
helado. Mandó a un sirviente a que se llevara los regalos del recién llegado
sin mostrar ningún interés en conocer su contenido y se fue a seguir
disfrutando de la fiesta.
El resto de la tarde, Álex se la pasó
deambulando por la casa -con un vaso de vodka en la mano- intercambiando apenas
unas palabras de cortesía con algunos pocos invitados, mirando con tristeza
como su amada parecía no percatarse en lo más mínimo de su presencia.
Por la noche, Álex sintió la tentación de
llorar, pero se reconfortó pensando, que él, cuando la situación lo ameritaría,
le mostraría a Artemisa todo aquello de lo que él era capaz.
Al otro día, después de comer, los
invitados decidieron pasear en lancha alrededor del lago y estaban muy felices,
cuando Artemisa, ya muy borracha, se aventó al agua siguiendo el caprichoso
deseo de refrescarse y nadar.
Las risas y los gritos de sorpresa, poco a
poco dejaron su lugar a la preocupación, pues era evidente que Artemisa estaba
ahogándose.
El momento había llegado, Álex tenía que
demostrar su valor: sería el rey Arturo, sería el imbatible Amadís, rescataría
a la princesa del grave peligro en que se hallaba. Sin pensarlo, se arrojó a
las turbias aguas de aquel lago sombrío.
- Eres
increíble, gracias por salvarme.
Frente al sol crepuscular, la pareja
comenzó a besarse. Bruscamente, la poética escena fue hecha trizas por un
violento ataque de tos que hizo a Álex volver en sí. Todos los otros invitados
estaban rodeándolo, algunos lo miraban con preocupación, pero los más, con una
sonrisa burlona en sus caras.
-
Cómo un costal de papas, se hundió como un
costal de papás.- decían.
Se intentó levantar, pero un grueso chorro
de agua brotó de su boca. Frente a él, Artemisa y un joven atlético se
abrazaban y besaban.
-
Eres increíble, no sólo me salvaste a mí, sino
al pobre diablo ése también.
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