ALESSANDRA
Por: Itandehui Cruz
Mi amor por
los libros comenzó desde el momento en que mi madre me enseñó a leer. Teníamos
una enorme biblioteca, a la que me dejaba entrar algunos días. Yo me acomodaba
entonces entre las pilas de libros, mientras mi mamá me enseñaba pacientemente
los secretos de las letras. Cuando yo no podía entrar, me aburría y me quedaba
parada frente a las puertas cerradas, pensando en lo que encontraría la
siguiente vez que se abrieran.
Ahí dentro conocí a los
hermanos Grimm, a Hans Christian Andersen, Edgar Allan Poe y Nikolai Gogól,
entre muchos otros. Me gusta leer porque siempre puedes encontrar algo
inesperado en cada página y hay gran cantidad de cosas que no podría vivir de
ninguna otra manera. Es cierto lo que dicen acerca de que con los libros puedes
viajar a cualquier parte y cada uno es un billete sin regreso, nunca eres el
mismo cuando has terminado de leer una historia. Tu realidad se contagia de
todas las que has leído anteriormente.
El amor por la escritura
apareció tiempo después, cuando la biblioteca se hubo hecho pequeña y las
historias comenzaron a faltarme. En la búsqueda de una nueva historia llegué a
la habitación del espejo y quise averiguar si lo que se leía acerca de los
portales era cierto. En cuanto posé mi mano sobre el vidrio, mis dedos se
diluyeron en el reflejo como gotas de tinta en agua. Mi asombro duró poco y el
dolor me hizo trastabillar hacia atrás. Al ver mi mano incompleta, grité.
Mi madre acudió a mi llamada
velozmente, me apartó del espejo de un tirón y me llevó corriendo a mi cuarto.
De inmediato se sentó frente al escritorio y escribió varias hojas. Cuando hubo
terminado colocó mi mano sobre la página, la tinta se absorbió y mi mano quedó
completa de nuevo. Me quedé quieta unos instantes, mientras era consciente del
poder de las historias.
Desde ese día sigo leyendo y
escribo casi sin parar, aunque no esté incompleta en este momento.
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