CARTA A LAS DOS DE LA MAÑANA
Por Itandehui Cruz
Querido
Serce:
He
mirado insistentemente los cielos cada noche, pero desde un tiempo a
la fecha ya no te he podido encontrar más. A veces me pregunto si
acaso sólo serías una luciérnaga prendida de la brea celeste, que
ya ha muerto hace tiempo.
Quiero
mencionar tu nombre como un embrujo y saber que responderás, no
permanezcas mudo. Quisiera poder marcar en un calendario el momento
exacto en el que dejaron de sorprenderme las flores que brotan bajo
mis pies y comencé a soñar contigo y tus reflejos. A tal grado te
he amado que tu luz distante me sabe más a vida que el sol que te
ocultaba de mi vista cada día.
¿Dónde
te escondiste? ¿Será que olvidé mirar hacia tu abismo en un
momento crítico? ¿Acaso te aburriste de mis ojos de musgo y
preferiste, traicionero, proyectar tu resplandor hacia otros puntos
más afortunados en el universo?
No
sé que voy a comer mañana ni me importa, pero hoy me compré mi
primer telescopio con el último dinero que me quedaba de la
quincena. Está abierto y ensamblado en medio de la cocina. Llevo
tres horas mirando las ventanas de mis vecinos, me he enterado de varias
cosas que hubiera preferido seguir ignorando. Sin embargo, tengo
miedo de dirigir el lente al cielo.
No
quiero encontrarte y ver que te has apagado para siempre.
No
quiero descubrir que me estás negando tu brillo.
Pero
sobre todo, tengo miedo de no ver nada. De descubrir que, quizá, no
existías desde el inicio.
Por
favor, si esta carta te llega, escríbeme de vuelta.
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